domingo, 27 de abril de 2014

Un reencuentro


Anne Frank decía que el papel es más paciente que el hombre, no obstante a veces pienso que los hombres poseen una paciencia envidiable y que son las mujeres las impacientes. Y quizá por eso, las mujeres son también, por regla general las que acuden al papel. 

No quiero engañar a nadie y menos a mi misma. Ya no escribo. Ya no sé escribir. 
Cada vez siento más lejos las palabras y los sentimientos que éstas esconden, siento que he perdido mi capacidad para mover el mundo. Y quizá me sorprenda admitiendo esa tristeza que en el fondo, cuando reflexiono profundamente al respecto, nunca me abandona se debe en gran medida a que poco a poco he ido perdiendo esa esencia- esas halas- que me caracterizaban. 

Ya no recuerdo la última vez que me encerré a escribir durante horas, sin importarme el resto del mundo. Desconectar de las voces que me increpan, que me recuerdan a cada momento del día las mil y una cosas que hago mal y  que olvidan la única, sólo una, una efímera, que hago medianamente bien. Y cada vez lo hago menos y peor. Y eso me llena de una profunda tristeza que, en realidad no me molesta si no pienso demasiado en ella. Y es que no quiero pensar, porque sí, es cierto, me asusta. 
Me asusta verme de aquí a unos años y saber con total certeza que no he llegado a ningún lugar. Que voy a vivir sumida en la mediocridad eternamente. Y es que no hay nada peor que ser mediocre, no destacar en nada, que nada te llene... que cada vez te sientas más y más vacía y sepas, con absoluta y clara certeza, que es culpa tuya y de nadie más. 

Ya no me esfuerzo en escribir. Quizá por que antes no suponía un esfuerzo y ahora, porque me pongo excusas que, de una u otra forma me redimen de una culpa que tengo clavada dentro, en lo más profundo del pecho. Porque es mucho más sencillo culpar al resto de tus fracasos, que a ti mismo.
Mi vida no es tan perfecta como hago creer a todo el mundo. 

El amor me da miedo. El sexo me da miedo. Escribir me da miedo. Conocerme me da miedo. Triunfar me da miedo. Fracasar me da miedo. Sentirme débil me da miedo. Aunque no estoy segura de saber ser fuerte. Me he acostumbrado al miedo de tal forma que ahora ya es como un viejo amigo al que en el fondo odio con toda mi alma, ¿me estoy volviendo una hipócrita? 

Los más extraño es que puedo ser feliz casi todo el tiempo. Es tremendamente fácil. Sólo tengo que escudarme en las culpas que le hecho a los demás, en los berrinches y en los abrazos. Sólo tengo que pensar en mi familia, en mis amigos, en mi pareja, en los planes de futuro que sé nunca me atreveré a cumplir. Porque si me pongo a pensar entonces me atenazo. He tenido tanto miedo al miedo... Lo extraño es que ahora mismo me siento absurdamente libre. No recordaba esta sensación. 
El aire contenido en los pulmones, la caja torácica que se hincha, la falta de resuello y la absoluta sensación de felicidad. Ser libre es todo un lujo en la época en la que vivimos. 

Creo  que debería aprender un montón de cosas de la gente que me rodea. Sobretodo de él. Es absurdo ver como las personas de nuestro alrededor condicionan la forma de actuar de uno mismo. Y prometí, y yo siempre me salto mis promesas, que no escribiría tontas odas al amor, que no pensaría profundamente en lo que siento o dejo de sentir por él. Ya he dicho que el amor me asusta, o quizá no tanto. Porque no me voy a poner a hablar de ñoñerias de primaria, creo que tengo que aprender de la sencillez de las cosas bellas. Creo que debería seguir los consejos de alguien que en el fondo no sabe lo grande que es. 
Quizá uno de mis errores entre tantos, es fingir creerme grande. Porque soy en verdad, alguien chiquitito que sólo intenta encontrar un lugar en el mundo. Aunque no es una tarea fácil, eso está claro y a lo mejor eso también me viene grande. 

En realidad a veces escribir en papel es como reencontrarse con un viejo amigo, no sé... a lo mejor Anne Frank tiene razón y el papel siempre espera al escritor.