martes, 19 de julio de 2011

A la poesía





La espalda desnuda; la ignorancia descarnada.

La piel le sale a llamas mientras a nuestro alrededor suena la misma música de siempre, tan repetitiva y sinsentido como todos esos motivos que nos llevaron a seguir adelante.
Como todas esas sonrisas llenas de sorna tranquila, y versos al revés que vivían de sueños de orfeo, disfrazados con palabras agridulces- semiamargas.
Como todas las zorras vestidas de cachemir y mirta, pero desnudas y despaviladas, con sus apabullantes y desgastadas sonrisas de metro ochenta de blancura.

La mirada perdida, observando el blanco de la nada, que no dejaba ver el frío, ni el negro, ni el dolor, ni la soledad... que salía en palabras lo que decía y lo que callaba, haciendo orgasmos de letras y zumo de piña con un amargor espeso que quedaba impregno en toda célula muerta.

El cabello que le caía cano por la espalda, tapando sus debilidades que con la edad había ido endureciendo sus ya demasiado cansados sentimientos. Y ella, que miraba la copa, sin saber si podarla en los labios y descansar (de una vez por todas) o beber y tragar el licor, que ya, empezaba a saberle amargo.
Siempre discutía si sí o si también. Para ella todo lo era todo, y nada era nada, casi parecía simple.
Desenredar la vida entre enredos mal enredados, con sus bolas de lana en la chaqueta, que ella, como pelusitas iba borrando del mapa, como la huella del que se sabe culpable.
Vivía la vida y el vivir como ninguno...
Quizá porque aún era lo suficientemente joven (o no) como para permitirselo, y presumir de presunción que lo sabía todo y más.
Había visto el infinito con sus ojos...

Como arremolinarse contra el viento, mirando morir el tiempo y sentir el único apogeo en la mano, cuando llega el final del verso que ya muere en los labios de la prudencia, mientras muere la clarividencia y se salva el mal trago.
Como cuando éramos jóvenes y discutíamos sobre quien lo sabía todo, sin saber que ninguno jamás lograría entender ni la mitad...

La vida le cubría el miedo a la muerte, por eso, ya era más valiente de lo que ella quisiera admitir.

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